En A Grixa (Dumbría, A Coruña), no muy lejos del paso del Camino de Fisterra–Muxía, el Cruceiro da Grixa de Berdeogas invita a una pausa. Se alza sobre una plataforma cuadrangular de un escalón con pedestal también cuadrangular y achaflanado, junto al que descansa una mesa de piedra que evoca ofrendas y rezos de otra época. La piedra, curtida por el viento y la lluvia de la Costa da Morte, mantiene esa serenidad que acompaña a peregrinos y vecinos.
Del pedestal arranca un fuste octogonal que comienza en sección cuadrada y luce una inscripción tan sobria como el propio monumento: “A 1797”. Sobre él, un capitel octogonal con astrágalo liso, ábaco de lados curvos e esquinas achaflanadas, y un discreto repertorio de volutas, rostros y hojas de cantos lobulados. Cada detalle suma una capa de artesanía y de tiempo.
La cruz octogonal remata el conjunto con finales florenzados y botón central. En el anverso, Cristo crucificado con tres clavos aparece con las manos abiertas, la cabeza inclinada a la derecha, sin corona de espinas, y la cartela INRI sobre el madero; el paño de pureza va anudado a la derecha. En el reverso, la Virgen en oración posa las manos juntas sobre una peaña. Todo el cruceiro está labrado en granito, como una firma mineral del paisaje.
Quien camina el Camino de Santiago hacia Fisterra y Muxía encuentra aquí un pequeño santuario a cielo abierto. Un lugar para respirar hondo, leer en la piedra el paso de los siglos y continuar la ruta con la calma que deja el Cruceiro da Grixa de Berdeogas.




