Hasta el final de la Edad Media, la Costa da Morte era el último reducto de tierra conocida. El lugar por el que los pueblos prerromanos creían que las almas ascendían al cielo. Un espacio mítico y simbólico que dejaría boquiabiertos a los conquistadores romanos cuando viesen desaparecer el sol detrás del inmenso océano. Desde entonces, el extremo del cabo de Fisterra magnetiza por igual a cada visitante.
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